Ciudades cubiertas de azulejos brillantes y mercados llenos de historia reviven la Ruta de la Seda, ofreciendo un viaje en el tiempo lleno de exotismo y coloridos descubrimientos.

Viajar a Uzbekistán es sentirse como un Marco Polo moderno, es atravesar antiguos kanatos, cruzar bazares perfumados de especias y sumergirse en una historia fascinante. Esta tierra, unificada siglos atrás bajo el dominio del mítico Tamerlán —último gran conquistador nómada— fue durante siglos el corazón de Asia Central y un imán para sabios, comerciantes y aventureros.

De la capital Taskent, vibrante y moderna, al oasis verde del Valle de Ferganá, donde aún se teje la famosa seda de Margilon, Uzbekistán despliega todo su legado. Pero es en Samarcanda donde la historia cobra vida: joya arquitectónica y alma de la Ruta de la Seda, alberga el imponente mausoleo de Tamerlán y plazas que parecen salidas de un sueño oriental. Junto a ella, Bujará, considerada por muchos la ciudad más interesante de Asia Central, con su fortaleza Ark, símbolo del poder de los antiguos emires que gobernaban con puño de hierro. Jiva, por su parte, es un tesoro amurallado que parece detenido en el tiempo, con callejones de adobe y minaretes que rasgan el cielo del desierto.

Y como broche final a un viaje colmado de tesoros, descubre Moynaq, una ciudad fantasma que otrora fue antigua ciudad portuaria junto al desaparecido Mar de Aral, donde un cementerio de barcos oxidados descansan sobre la arena.

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Entre los meses de abril a junio o entre septiembre y noviembre, cuando las temperaturas son agradables y los cielos, por lo general, despejados.