Viajar a Myanmar es aspirar el aroma del curry en los mercados, sentir la espiritualidad en el aire y vivir la tradición hinduista a cada paso. ste país, todavía auténtico y poco masificado, guarda una belleza que se despliega desde el caos organizado de Rangún, la antigua capital, hasta la paz del lago Inle, donde las casas flotantes y los pescadores con redes cónicas dibujan escenas que parecen detenidas en el tiempo. Myanmar es una sucesión de pagodas doradas, templos y estupas, testigos silenciosos del profundo vínculo del país con el budismo.

Sobrevolar los templos de Bagan en globo es una experiencia que deja sin palabras: cientos de estructuras milenarias emergiendo entre la niebla. Muy cerca, el templo Ananda es una joya de la arquitectura monástica. Las 2.500 estupas de Kakku, ocultas entre colinas, o el Monte Popa con sus 777 escalones y sus 37 nats guardianes, completan un recorrido espiritual fascinante.

Mandalay, considerada el alma religiosa del país, acoge la pagoda Mahamuni y las losas del Tipitaka en la Kuhtodaw, el mayor libro de piedra del mundo. En Sagaing, los monasterios se esparcen como perlas blancas sobre colinas verdes. Amarapura invita a caminar sobre el puente U Bein, el más largo del planeta fabricado en madera de teca.

En Kalaw, el senderismo conecta con aldeas rurales y paisajes de otro mundo. En la costa, Mawlamyine guarda templos con vistas al mar. La Pagoda Shwedagon, con sus placas de oro brillando al atardecer, es el gran símbolo de Rangún. Y en la cima de una roca, desafiando la gravedad, la Pagoda Kyaiktiyo corona un viaje lleno de emoción, espiritualidad y descubrimientos.