Tradición beduina con rostro futurista. Entre dunas doradas y museos de vanguardia, este país es un punto de encuentro entre la hospitalidad ancestral y el diseño más visionario.

Viajar a Catar es llegar a uno de los aeropuertos más sofisticados del planeta y, al poner un pie fuera, toparse con un skyline de rascacielos que se alza como un espejismo en pleno desierto. Este pequeño país del Golfo Pérsico combina con elegancia la herencia cultural beduina, el lujo y una modernidad deslumbrante.

El corazón de esta fusión late en Doha, una ciudad vibrante donde todo parece diseñado para sorprender. Desde pasear por La Corniche con vistas al golfo, hasta perderse por el Souq Waqif, el zoco más animado del país y corazón social de la ciudad. Sus museos, como el Museo de Arte Islámico o el Nacional de Catar, son joyas arquitectónicas y culturales que conectan pasado y futuro con armonía.

Más allá de la ciudad, el desierto cobra protagonismo.En Khor Al Adaid, donde las dunas se funden con el mar interior, el horizonte se diluye en una coreografía de arena y agua que parece tallada por el viento y el tiempo. Aquí, una excursión en 4×4 entre dunas o una noche bajo las estrellas se convierten en experiencias inolvidables. En Shahaniyah, las carreras de camellos, consideradas el “deporte de los jeques”, siguen siendo todo un acontecimiento, con robots jinetes incluidos.

Explora la costa en Bir Zekreet, con sus formaciones rocosas surrealistas, y piérdete entre arte y cultura en Katara, un complejo cultural frente al mar. Y al norte, las ruinas de Al Zubarah, Patrimonio Mundial por la UNESCO, revelan la historia de este país joven pero profundamente enraizado.

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La mejor época para conocer Catar y su fascinante desierto es de noviembre a marzo, cuando las temperaturas son cálidas, pero no excesivas.