En un lugar donde los bosques encantados se encuentran con playas vírgenes y criaturas que solo existen en sueños, Madagascar ofrece una experiencia que desafía la imaginación y conecta con lo más salvaje de la naturaleza.

Madagascar, también conocida como la Isla Roja por el color intenso de la tierra árida, sorprende desde el primer instante. Su tierra de tonos intensos, sus selvas indómitas y su costa de aguas cristalinas conforman un escenario único en el mundo. Entre Morondava y Belon’i Tsiribihina, la icónica Avenida de los Baobabs ofrece puestas de sol inolvidables, mientras los lémures —símbolo nacional junto al baobab— habitan bosques primitivos como los del Parque Nacional de Marojejy o los espectaculares pináculos del Parque Nacional de Tsingy de Bemaraha.

El Parque Nacional de Isalo, con sus cañones y oasis ocultos, revela un paisaje árido y mágico. En Anakao, el mar se convierte en un universo submarino: Madagascar posee el quinto mayor arrecife de coral del planeta, un paraíso para buceadores. Y al norte, las islas de Nosy Be seducen con playas de arena blanca, vegetación tropical y ritmo pausado.

Pero Madagascar es mucho más que su naturaleza. Es su gente, su sonrisa abierta, su cultura cálida. En Ambohimanga, colina sagrada y Patrimonio Mundial, se siente la historia de antiguos reyes y leyendas. Y en el Tren de la Selva, el traqueteo lento de los vagones acompaña conversaciones, canciones y paisajes de un mundo detenido en el tiempo. Madagascar no se resume: se siente, se escucha y se recuerda como un viaje profundo y transformador.

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De marzo a abril y de octubre a diciembre, con mejores temperaturas y escasas lluvias que facilitan los recorridos por la isla.