Un archipiélago de infinitas postales, donde la selva toca el mar y las aguas turquesas esconden secretos coralinos, todo envuelto en la alegría desbordante de un pueblo cálido y acogedor.

Viajar a Filipinas es dejarse envolver por un archipiélago de más de 7.000 islas donde la aventura, la naturaleza y la historia se funden en una experiencia única. Es sentir la calidez del trópico en playas de arena blanca como las de Borácay, descubrir acantilados que se elevan sobre aguas turquesa en Cebú o adentrarse en el espectacular archipiélago de Bacuit desde El Nido, en Palawan, donde las formaciones kársticas crean paisajes que parecen de otro planeta.

En el norte, las terrazas de arroz de Ifugao y las de Sagada, esculpidas en la montaña hace más de 8.000 años, dejan sin aliento y son una muestra viva del ingenio y la perseverancia de sus antiguos habitantes. Camiguín, la isla volcánica por excelencia, es solo una muestra de los 37 volcanes que salpican el país, dando forma a una geografía viva, dramática y fascinante, perfecta para los amantes del senderismo y la escalada.

La naturaleza también se despliega en Bohol, entre colinas de formas imposibles y los diminutos tarsiers, y en Bicol, donde el paisaje se alterna entre playas salvajes y volcanes activos. En Puerto Galera, considerada una meca del submarinismo y uno de los lugares más bonitos del mundo, los fondos marinos esconden jardines de coral y bancos de peces de mil colores.

Y en Manila, la capital, el pasado colonial español sigue presente entre iglesias, murallas y calles históricas, antes de dar paso a la euforia de una vida nocturna vibrante.

Todo esto se vive con el calor humano de su gente, siempre con una sonrisa, siempre dispuesta a compartir su más que curiosa gastronomía —rica en contrastes, sabores únicos y platos inesperados— y su pasión nacional: el karaoke.

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Entre diciembre y abril, Filipinas despliega una espectacular belleza y encanto, con cielos despejados y buena temperatura.