En medio del desierto surgen ciudades imposibles que rozan el cielo, donde la opulencia moderna se entrelaza con mercados ancestrales, y los atardeceres tiñen de oro las dunas infinitas.

Un viaje a Emiratos Árabes es adentrarse en un mundo donde el lujo convive con la tradición y el desierto abraza al mar. Dubái es el gran escaparate: hoteles con forma de vela, playas como Jumeirah Beach, islas artificiales diseñadas como palmeras y el icónico Burj Khalifa, que se alza como un faro en medio del desierto. En el interior, las dunas del desierto de Dubái invitan a la aventura entre atardeceres dorados y cielos inmensos. Muy cerca, el Dubai Mall despliega su espectáculo de tiendas, acuarios y fuentes danzantes en un universo dedicado al asombro.

Abu Dhabi, capital del país y alma cultural del emirato más extenso, sorprende con los vergeles del oasis de Al Ain, el hipnótico mar de dunas del oasis de Liwa y la imponente belleza blanca de la Gran Mezquita Sheikh Zayed, un templo de más de 80 cúpulas de mármol en su techo y un fabuloso interior de mármol, oro, piedras semipreciosas, cristal y cerámica que deja sin aliento. En la costa este, Fujairah se distingue por sus montañas escarpadas y playas tranquilas como las de Al Aqah, donde el Golfo de Omán acaricia la arena.

La experiencia se completa en rincones con historia como el pueblo pesquero de Jazirat al-Hamra o desde lo más alto del país, en Jebel Jais, donde las montañas rozan el cielo y la emoción se desborda. 

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Entre noviembre y abril, cuando el invierno emiratí regala temperaturas agradables, es el momento ideal para disfrutar del país sin pasar calor.