Donde palacios ancestrales conviven con luces de neón, Corea del Sur fusiona historia milenaria, modernidad apabullante y una gastronomía única, creando una atmósfera que despierta el espíritu aventurero y el amor por la diversidad.

Conocida durante mucho tiempo como el «el reino ermitaño», Corea del sur es hoy día un destino de ensueño, un lugar acogedor y seductor que equilibra las ventajas de una nación avanzada con el respeto de la tradición y las formas de la antigua Asia. Es un país que tiene mucho que ofrecer: ciudades futuristas llenas de vida, tierras altas rurales cubiertas de bosques y miles de islas que rodean sus costas; lugar de contrastes fascinantes, donde los templos centenarios se alzan entre rascacielos y la tradición convive con la vanguardia en perfecta armonía.

Seúl, el alma de Corea, reúne historia, diseño y ritmo: entre los jardines secretos del palacio Changdeokgung, los hanok de tejados curvos del encantador barrio de Bukchon y los neones incansables de Hongdae, la capital respira modernidad sin perder sus raíces.

Busán, el ancla del sudeste coreano, despliega su esencia entre templos frente al mar, mercados bulliciosos y playas urbanas bañadas por el sol. Desde aquí, el viaje se adentra en el corazón más sereno del país: Gyeongju, con sus pagodas y tumbas reales, revive el esplendor del reino Silla entre campos y colinas, mientras que Suwon conserva, entre murallas y puertas monumentales, el legado de la dinastía Joseon en la majestuosa fortaleza de Hwaseong.

La historia y la naturaleza siguen entrelazándose en Jeonju o Hahoe, aldeas tradicionales donde los techos de paja y teja, rodeadas de cultivos que se extienden hasta las montañas, pintan escenas detenidas en el tiempo.

La isla volcánica de Jeju, salpicada de cascadas y campos de lava, invita al senderismo entre acantilados, cuevas y bosques frondosos, igual que el Parque Nacional de Seoraksan, donde las montañas imponentes cambian de rostro con cada estación. En invierno, las pistas de esquí de Pyeongchang se tiñen de blanco, completando un paisaje de postal.

Y en el norte, la zona desmilitarizada (DMZ), silenciosa y cargada de simbolismo, muestra una Corea dividida, pero también abierta al diálogo y la reflexión.

Pero el país del hallyu es mucho más: su cultura pop y las historias del K-drama han conquistado el mundo junto a una rica gastronomía que fusiona tradición e innovación: del tteokbokki callejero al samgyeopsal a la parrilla, del pollo frito coreano al kimchi fermentado con esmero, y todo regado con soju, la «bebida del pueblo».

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En primavera o a principios de otoño, cuando las temperaturas son suaves con muchas horas de luz.